Cuando se trata de nostalgia, nada nos hizo sentirla tan profundamente como Los Años Maravillosos (1988-1993); una nostalgia de una época que ni siquiera habíamos vivido.
A favor de esa nostalgia vicaria teníamos el bombardeo de las repeticiones de series gringas de los 60s y 70s, como Los Munster o Los Locos Adams; las horas radiales dedicadas a esas décadas como Los Pioneros del Rock and Roll de Radio Universal y Los Grandes años del Rock and Roll de Radio Felicidad; y un sinfín de películas de chicos creciendo en sus maravillosos años sesenteros y setenteros, un tanto de ellas dedicadas a la Guerra de Vietnam.
No recuerdo cómo se anunciaban los estrenos de esas series en aquel entonces, quizá era a través de la sección correspondiente a espectáculos de algún periódico, o tal vez algún anuncio nos atrapó mientras veíamos Alf, pero estuvimos ahí para ver el primer capítulo, que hizo bien su trabajo y nos fidelizó por lo menos a las primeras dos temporadas.
Si alguien se pregunta porque de pronto pulularon los Kevins entre nuestros chamacos de los dosmiles, quizá se deba a lo que toca abordar en esta entrada.
La historia que conocemos quienes la disfrutamos los viernes a las 8:30 (¿me equivoco?) en Canal 13 de IMEVISION, era la de las vivencias familiares y escolares de un chico que entraba a secundaria en medio del clima de revueltas sociales y culturales de finales de los 60 y principios de los 70.
El sello distintivo de la serie era la narración de su personaje principal, Kevin Arnold, quien, ya con casi 40 años de edad a finales de los 80, nos contaba desde el presente cada evento trascendental de su etapa de adolescente, a veces de forma cómica, pero siempre con añoranza.
Aquí en México, la narración corrió cargo del gran veterano Carlos Castañeda, quien dice cosas muy interesantes al respecto de su trabajo en esta serie…
El caso es que para muchos chavos de entonces esta se volvió nuestra telenovela, la que hablaba de vivencias similares, como lidiar con el concepto de la muerte por primera vez a través del fallecimiento de algún conocido de la familia,
las peleas entre hermanos,
y comenzar a entender su forma de ser,
los conflictos con los amigos más cercanos,
por supuesto el incipiente interés en las mujeres…
y la experiencia del rechazo social.
La música que acompañaba muchas de esas escenas me eran muy conocidas, ya que las rolaban continuamente por Radio Universal, pero la que definitivamente nos remite a esos momentos de los 80 en que en familia nos sentábamos frente a la tele es With a Little Help from My Friends, versión cover de Joe Cocker, que dejo por aquí para cerrar este capítulo.

