Los Picapiedras es
uno de los más viejos recuerdos de mi relación con la TV en aquellos días de
televisión ochentera. Esta caricatura no era una elección personal sino más de
los hermanos preadolescentes, yo sólo me sumaba cuando regresaba agotado de la
exploración de debajo de la cama o de las sillas donde colgaba alguna cobija
que me escondiera.
A veces medio dormido en una siesta, arriba o debajo de la
cama, se me colaban las entrañables voces de Jorge Arvizu (Pedro Picapiedra),
Julio Lucena (Pablo Marmol), Rita Rey (Vilma Traca) y Eugenia Avendaño (Betty
Yendo). Años más adelante, con más atención, el humor chusco y físico tan efectivo
de la animación comenzaron a llamarme cada vez más la atención.
Entre tantas
escenas, me llega a la mente esta de Pedro cuando conoce al tío Fantasma,
ésta en que Pedro
sube al metro (con tecnología de piedra),
cuando Pedro cree
estar saliendo por la tele,
ésta de Pablo
ayudando a Pedro a cargar un piano,
o ésta donde Pedro piensa que Vilma le es infiel.
Además del sin
fin de escenas cómicas, estaban algunos parlamentos improvisados al estilo
Jorge Arvizu, que para ello se pintaba sólo.
Otra de las cosas
chuscas de la serie era la tecnología casera que utilizaban, aquí una lista de algunos
de esos prodigios de la Edad de Piedra.
La caja registradora.
El reloj cucú.
La podadora.
El motor de lancha.
El peine.
El reloj despertador.
El encendedor.
La remachadora y la sierra.
Las pesas.
¿Los zapatos?
El abrelatas.
El plumero.
La presencia
continua de Los Picapiedra en la cultura pop de los 80s iba desde los Piedrulces,
las figuritas con las que jugábamos a “tirar muñecos”, salidas a su ves de
alguna colección gringa,
los Pepsi vasos,
los videos juegos, como el de The Flintstones, The Rescue of Dino and Hoppy, del cual me hice de
una copia hace algunos años,
entre otros,
y las distintas
secuelas y películas que jamás valieron la pena, como Los Pequeños Picapiedra
o la película live
action de 1994
que fue una puntada que no creo que haya salvado ni la publicidad con los B52s.
Y qué tal esos comerciales muy… americanos, que se hicieron para los patrocinadores del show.
De acuerdo con
algunos sitios, Los Picapiedras es la segunda serie animada más exitosa de todos
los tiempos, sólo detrás de Los Simpsons, quizá por eso este pequeño homenaje…
Los Picapiedras son
un proyecto de la productora Hanna-Barbera, que fue la encargada de cientos más
que trataremos de cubrir en este espacio. Para cerrar esta entrada, un poco de
música de parte de Pedro Estereofónico.
Cuando se trata
de nostalgia, nada nos hizo sentirla tan profundamente como Los Años Maravillosos
(1988-1993); una nostalgia de una época que ni siquiera habíamos vivido.
A favor de esa
nostalgia vicaria teníamos el bombardeo de las repeticiones de series gringas de
los 60s y 70s, como Los Munster o Los Locos Adams; las horas radiales dedicadas
a esas décadas como Los Pioneros del Rock and Roll de Radio Universal y Los Grandes
años del Rock and Roll de Radio Felicidad; y un sinfín de películas de chicos
creciendo en sus maravillosos años sesenteros y setenteros, un tanto de ellas
dedicadas a la Guerra de Vietnam.
No recuerdo cómo
se anunciaban los estrenos de esas series en aquel entonces, quizá era a través
de la sección correspondiente a espectáculos de algún periódico, o tal vez algún
anuncio nos atrapó mientras veíamos Alf, pero estuvimos ahí para ver el primer capítulo,
que hizo bien su trabajo y nos fidelizó por lo menos a las primeras dos
temporadas.
Si alguien se
pregunta porque de pronto pulularon los Kevins entre nuestros chamacos de los dosmiles,
quizá se deba a lo que toca abordar en esta entrada.
La historia que
conocemos quienes la disfrutamos los viernes a las 8:30 (¿me equivoco?) en Canal
13 de IMEVISION, era la de las vivencias familiares y escolares de un chico que
entraba a secundaria en medio del clima de revueltas sociales y culturales de finales
de los 60 y principios de los 70.
El sello distintivo de la serie era la narración
de su personaje principal, Kevin Arnold, quien, ya con casi 40 años de edad a
finales de los 80, nos contaba desde el presente cada evento trascendental de su
etapa de adolescente, a veces de forma cómica, pero siempre con añoranza.
Aquí en México,
la narración corrió cargo del gran veterano Carlos Castañeda, quien dice cosas
muy interesantes al respecto de su trabajo en esta serie…
y es a quien nos habría
gustado escuchar en ese pequeño homenaje que le hicieron a la serie en Los
Simpsons.
El caso es que
para muchos chavos de entonces esta se volvió nuestra telenovela, la que hablaba
de vivencias similares, como lidiar con el concepto de la muerte por primera
vez a través del fallecimiento de algún conocido de la familia,
las peleas entre
hermanos,
mirar a los papás
ser papás,
y comenzar a entender su forma de ser,
los conflictos
con los amigos más cercanos,
por supuesto el
incipiente interés en las mujeres…
y la experiencia del rechazo social.
La música que
acompañaba muchas de esas escenas me eran muy conocidas, ya que las rolaban
continuamente por Radio Universal, pero la que definitivamente nos remite a
esos momentos de los 80 en que en familia nos sentábamos frente a la tele es With
a Little Help from My Friends, versión cover de Joe Cocker, que dejo por
aquí para cerrar este capítulo.
Ya comienza el
nuevo ciclo escolar y la memoria reclama dejar salir algunos recuerdos de cómo
era iniciar un año en escuela pública de colonia popular en los 80, y
de la triste suerte de todas esas herramientas escolares en mis manos.
RetroMan niño estrenando sus útiles escolares.
Las listas de
útiles escolares que eran el terror de padres con más de dos hijos. Yo recuerdo
una que otra vez cómo era entrar en una papelería medianamente grande, hacer
cola y pedir la lista que siempre quedaba incompleta y a correr con
desesperación a otra o aceptar la opción simi.
A falta de fotos de la epoca...
Por cierto, esas papelerías
ochenteras y otros negocios de barrio estaban iluminados todavía con focos de 100, o mejor, de 60 watts. Es un elemento clave para retrotraernos a los 80s. Lo más parecido que encontré a esa ambientación lumínica es esta reseña de focos retro.
Vayamos al grano.
Plastilinas Bombín y Combate
¡Inolvidable!
Vaya nombre y presentación.
No sé que tanto habré
hecho con plastilina en la escuela, pero en casa seguramente habré intentando
hacer un sinfín de figuras a cuenta de algún capítulo de la Señorita Cometa en
donde los chamacos hacen figuritas humanas que luego cobran vida.Pero la verdad es que se armaban cochineros y
nuestros dedos dejaban constancia de ellos en las paredes del depa.
A los ábacos tocaba destartalarlos para hacer canicas que no servían para mucho.
Eran así, pero con líneas de 'canicas' azules y rojas.
El obligatorio
diccionario Academia
Lo tenían mis hermanos, lo tenían mis hermanas y de todos
modos había que comprarlo año con año. La edición más entrañable es aquella que
mostraba un collage de imágenes en la portada.
La maldad que le tocaba a éste era perderlo.
Y por supuesto, las imágenes
inolvidables en interiores: las estaciones del año y las banderas.
¡A todo color!
Una parte de la
historia que se quedó en aquellos diccionarios era ese curioso nombre de país
llamado Alto Volta, que por asociaciones de chamaco me hacía recordar a las
pilasRayoVac.
Bandera de Alto Volta
¡No hay que ser! ¿Hasta los mismos colores?
Hoy Alto Volta (que
obviamente no tenía nada que ver con un advertencia a ser cautos con la
electricidad), se llama Burkina Faso. Y
seguramente, el Academia todavía incluía las banderas de Yugoslavia, la URSS y
de las dos Alemanias. ¡Cómo ha llovido!
Yugoslavia, URSS y Alemania 'Occipital'
Colores Blanca Nieves y Mapita
Los otros infaltables
son los colores (léase lápices de colores) Blanca Nieves o los Mapita. Que tampoco
se retiraban por gusto, ya que se me iban desapareciendo poco a poco y a medio ciclo
escolar yo no quedaba más que uno negro, que hacía de lápiz para compensar a
otro difunto recurrente: el lápiz Berol amarillo. Aquí un tik tok de @aprendizdedibujante para recordar estas maravillas.
Y como nunca tuve
esos anhelados Plumonitos Paper Mate (con su plumón mágico que ‘borraba’
colores), me tenía que conformar con los Pincelín Wearever, que pese a mis
expectativas, poco me ayudaron a dibujar como en los comerciales. Estos terminaban secos e inútiles porque los dejaba destapados una y otra vez.
Los sacapuntas
Los de
cajón eran los de hexágono o corazón. Le seguían los rectangulares y esas variedad ya de más a finales de los ochentas entre los cuales me
alucinaban los de televisor con escenas lenticulares. Y gracias a los colegas de Memorabilia Café, autores involuntarios de esta entrada, es que recuerdo esos que sólo algunos privilegiados tuvieron con el compartimento con tapa corrediza para contener la viruta.
Los cuates de Memorabilia Café me leen la mente.
Los
juegos de geometría
Bien plastificados en su empaque. Seguramente quienes
salimos del barrio no olvidaremos esos compases de lámina con tuerca para abrir
o cerrar el ángulo. A pesar de que dolía lo suyo girar la maldita tuerca,
desbaraté unos cuantos y jamás los pude devolver a su estado original.
Aquí el monstruoso compás, compas.
Eso sí, las reglas
de 30 centímetros siempre útiles... para frotar en el cabello y probar la estática
con pedacitos de papel de nuestras libretas Scribe forma italiana.
Un viejo conocido de este blog.
Las escuadras también funcionaban.
Y también funcionaba
con las reglas de aluminio, ¿no?
Resistol
Resulta que era marca registrada, pero por travesuras de la
metonimia no había otro nombre en mi círculo inmediato para referirnos al
resistol… digo, al pegamento.
Estaban esos botecitos con aplicadores en la
punta que se la pasaban tapándose o aquellos que tenían unas tapitas en donde
el aplicador estaba por dentro, a modo de paleta.
Para no gastar en algo que destinado a morir joven, nos íbamos por el baratito.
Pero también se veían estas maravillas temátizadas...
Ah, cómo molaba
aplicar resistol sobre las víctimas, frotar el sobrante en las manos y luego retirar
la cáscara seca con todo y mugre.
El Pritt no era resistol ni pegamento, era Pritt y olía a limón.
Los bicolores
Y luego estaban
los infaltables bicolores, que siempre pedían, pero que con mil demonios, no me
acuerdo haber utilizado más de una vez. A mí se me hace que ni la primaria
terminé.
Otra cosa bicolor
eran las gomas, y entre más pequeño el objeto más seguido que había que
comprarlo. Y cuando te encontrabas alguna estaba más dura que la crisis de la
época y en vez de borrar desbarataba hojas.
Supongo que aún son moneda corriente.
Las plumas o
bolígrafos llegaron hasta secundaria, si no mal recuerdo, pero en la transición
se pusieron de moda los lapiceros, entre los cuales los más populares eran los
de puntas apiladas. Creo que no eran muy confiables pues al presionar mucho
sobre el papel, se empujaban hacia adentro la punta y por la retaguardia salía
la última de la fila. O quizá era yo el problema. Aquí un video explicativo que da cuenta que siguen vivos.
Prueba de que el
desastre era yo es que perdía lápices por aquí y por allá, y de pronto le tomaba
los suyos a mi hermano mayor, que ya en secundaria (¿o en prepa?) usaba los
azules de dibujo, que para escribir no servían mucho.
Por último, esas plantillas
amarillas que conocíamos como giosers con letras estilizadas que también
conocí a través de esa relación especial con mi hermano en la que yo tomaba y
dejaba inútil lo que me daba la gana y él me regalaba mi dosis de coscorrones.
¿Todavía se usan?
Ya me llegarán otros recuerdos rescatables pues la
vida escolar es semillero de muchas aventuras, unas memorables y otras tantas
desafortunadas. Por lo pronto, espero esta entrada de tema de conversación para
rato, de aquí a la siguiente entrada.