domingo, 28 de agosto de 2022

1980s-1990s: La cultura del video club

 

En casa entramos tarde en la cultura de la renta de películas. Fue a finales de los 80, cuando, a cuenta del ‘apogeo’ económico entramos al selecto grupo de los micro empresarios y a nuestro negocio de cremería y abarrotes ‘La Rosita’, mi padre le sumó un par de negocios más: una mueblería adjunta con un mini video club en su interior.

Durante ese tiempo de bonanza, del video club se trajeron una video casetera, muy probablemente una SONY (que estaba a la cabeza de la tecnología) y de vez en cuando regresaban del trabajo con alguna de las películas disponibles, la mayoría de las cuales eran de bajo presupuesto (cine B) y de una distribuidora menor (Video Bruguera).

Después nos suscribimos a un par de video clubes locales (Video Lasser, uno de ellos)  donde tenías que rezar para que todavía hubiera una copia de la película más reciente, pues las copias eran muy limitadas.

Durante las veces que me encargaban salir a rentar películas, mi criterio era normado por el arte de la caja o por la productora de la película. Las favorecidas eran las de Touchstone Pictures, Paramount, Columbia (¡antes de que se las chupara a todas Disney!). Y claro, era traer de aventura, fantasía o comedia, y sobre todo gringas.

Este logo casi siempre era garantía de buenas pelis.

Y el arte de las carátulas ayudaba lo suyo.
 

La dinámica era echarle un ojo a las cajas de las películas en las vitrinas y tomar la ficha correspondiente, luego llevarla al mostrador y que te las pusieran en sus estuches de plástico con la nota correspondiente indicando el nombre de cada una y el día de devolución.

Si cometías el crimen de retrasarte en la devolución, multa. Si no rebobinabas la cinta antes de regresarla, multa.


Y eso de rebobinar le daba en la torre a la videocasetera. Para eso te tenías que conseguir una máquina aparte.
 
Rebobinadoras como esta hacían que valiera la pena el gasto.

 
Aunque las había manuales también.

Poco después dimos un salto de calidad al suscribirnos a un Video Centro, y ahí entramos al primer mundo (¡tal y como se veía en los comerciales!). 
 

Aquí también había que devolver las pelis a tiempo, pero creo que no daban tanta lata con lo de la rebobinación.

En Video Centro duramos poco tiempo, porque además quedaba a media hora en transporte público, pero alcancé a alucinar con una promoción en la que con cada renta te perforaban una tarjeta, y con 50 rentas… no sé, nunca la llenamos.

¡Uf, que recuerdos!

Todavía llegué a conocer por fuera la competencia del Video Centro. Algún vagabundeo me llevo a las puertas bien escondidas de un Video Visa, o Video Visión, no sé, pero también se anunciaba por la TV.


Parece que en Video Centro ya se podían rentar videojuegos, pero para entonces todavía no me iniciaba en el vicio. Hasta que llegaron los 90, y a mediados de la década, el Screech me llevó a un negocio algo oculto donde rentaban CDs y videojuegos. Gracias a ese último espacio nos grabábamos nuestras mezclas de música en cassette y de vez en cuando nos rentábamos un juego, aunque jamás volví a escuchar de un sitio similar.

¡El monstruo Blockbuster!

A finales de los 90 el monopolio de la renta se la llevó Blockbuster, que como sabemos también ya fue kaput. En realidad los mejores recuerdos de la época de la renta de películas fue en mis videoclubes locales y dentro de esos recuerdos destacaba el gusto de cumplir con la encomienda de rentar la película adecuada para pasar un rato familiar agradable.

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